miércoles, 1 de junio de 2016

La Mirada de Dios

Si había ocurrido antes había sido hace siglos ¿Quien sabe si ocurrió y no había registro de ello? Quizás por eso era una leyenda en vez de una curiosidad de la historia. Sin embargo alli estaban, viviendolo de primera mano. Comandante recordaba bien como empezó.
El iba en un coche de copiloto. Miraba distraidamente por la ventanilla y enconces notó una estela en el cielo, de esas que dejan los aviones. Era de un blanco intenso en uno de sus estremos que se apagaba hasta perderse en el azul de la mañana.
Comandante se quedó mirándola con curiosidad, porque un momento antes no estaba allí. Un avión no podría haberla hecho. Entonces la estela de partió en dos. Permanecían unidas en sus extremos mientras sus centros se distanciaban, curvandose. Al principio no pudo decir nada, enmudecido por el estupor.
Las dos estelas contenían entre ellas un ojo. O mejor dicho, eran los bordes del mismo. Comandante lo miró estupefacto. Aquel enorme ojo, a pesar de que no había más rasgos que le permitiesen componer una expresión, parecía sorprendido tambien.
Como si lo hubiesen pillado infraganti.
El ojo lo miraba, lo miraba directamente y veía hasta dentro de él. Sentía que no sólo lo miraba a él, a través de él miraba a toda la especie humana. De hecho a través de él miraba a todos los animales de la tierra, puede que incluso a las plantas.
Al parecer todos habían sentido lo mismo al verlo. Todos se habían parado a observar los tonos esmeranda con vetas cobrizas de su iris y a reflexionar sobre que vería dentro de ellos. Todos habían tenido, de hecho aún la tenían, la impresión de que no debían haberlo visto.
La gente empezó a decir que habían pillado a Dios espiando y que ahora no podía apartar la mirada. Los templos se llenaron como por arte de magia. Los vetustos párrocos, gurus, imanes y ravinos del mundo se vieron desvordados. Volvieron a imprimirse biblias y coranes. Aparecirron nuevas religiones dedicadas a "El que Mira".
El mundo se inundó de fe en algo más que en la ciencia, mientras ella apuntaba todos sus telescopios al ojo en el cielo. El ojo no se movía, mirando intensamente a cada ser vivo del planeta. Mirando, de hecho, a cada ser vivo del universo, si es que hay otros.
También estaba lejos, terriblemente lejos. Tanto que parecía un punto fijo en el telón de fondo de universo. Los científicos calcularon que el ojo debió abrirse hace millones y millones de años. Sin embargo todo el mundo sabía que seguiría alli, contemplandoles.
El ojo dió a la humanidad una diana entre las estrellas. Ya no se trataba de ir al espacio para visitar otros planetas. Se trataba de conocer a nuestro creador. En unos pocos años la tecnología warp era una realidad, nada como financiar a los científicos. Hubo montones de voluntarios para un viaje que bien podía ser solo de ida. Finalmente comandante, piloto, tenico y doctora fueron los escogidos para ir en la nave.
El ojo no dejó de crecer en todo el trayecto. Al principio no era más grande que la luna pero según pasaron los meses su tamaño fue aumentando hasta ocupar todo su campo visual. Llegó un punto en que las estelas que lo bordeaban se perdieron de vista. Eso les dejó solo con la negra pupila roneado por el iris verdirojo y un aro blanco azulado entorno a él, cada vez más estrecho.
La esclerótica había desaparecido de la vista solo unos días atrás y en ese tiempo habían consumido todo el rojo del iris, del que veían ya solo una fina línea de un verde intenso.
Al mirar adelante veían solo la negrura imperturbable de la pupila divina. Al mirar atrás podían ver todo el universo.
Por fin su viaje tocaba a su fin. En un segundo aun alcanzaban a ver el verde del iris y en el siguiente solo estaba el negro pupilar. Nada más parecía haber cambiado. Entonces sintieron que la realidad temblaba por un momento para ver luego con horror como el universo se apagaba detrás de ellos. Fué como si un inmenso telón vertical lo ocultará. De hecho es probable que eso fuese lo que había ocurtido.


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